AlosPiesdelAmo

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miércoles, 24 de abril de 2013

Dí que no eres mi sumisa...

I.
Estoy arrodillada sobre la alfombra, muy cerca de tus piernas, manteniendo las manos atrás como me ordenaste. Tú tiras con fuerza de mi cabello obligándome a arquear la espalda y observas mi rostro con severidad.
Me preguntas algo de forma insistente, pero apenas puedo oírte pues una voz interior que me pregunta a gritos porqué me someto lo llena todo. Ante mi silencio intensificas la presión y no puedo evitar gemir de dolor y pedirte que me sueltes… tú alzas la ceja izquierda y me preguntas con un tono neutro y una media sonrisa si quiero salirme, y yo no soy capaz de responder que sí.
Entonces me hago consciente de mi cobardía e inconsistencia, y todo mi cuerpo se entrega al castigo que considero merecido y que provoco manteniendo mi actitud displicente, y lo que ocurra en adelante deja de tener importancia.

II.
Cada vez son más frecuentes las confrontaciones y resistencias, cada vez tolero menos la obediencia y el dolor… mi lucha interna es constante y suelo acostarme frustrada para amanecer con intención de servidumbre renovada, pero los propósitos duran poco y tengo la certeza, reflejada claramente en ti, de que solo empeoro las cosas día a día.
Así que te pido que consideres aplicarme un castigo físico, aunque todo mi cuerpo y gran parte de mi voluntad se rebela, pero tú que me conoces y quieres sabes que eso no servirá de nada, y que es otra clase de dolor lo que necesito… y yo creo ver reflejada en tus ojos la tentación del abandono. Expreso mi miedo y no encuentro en ti la inquisitiva respuesta esperada, sino una invitación liberadora: “dí que no eres mi sumisa”…

III.
Y de pronto me descubro abriéndome a la posibilidad de que las cosas sean de otra manera, y que eso no suponga una pérdida sino una conquista asentada en la coherencia y la dicha. Pero mi garganta se niega a pronunciar las palabras, como si de un hechizo que pudiera provocar catástrofes se tratara, y miro tus ojos serenos mientras tu voz me dice con ternura que puedo buscar lo que deseo sin renunciar a nada, que puedo liberarme, que puedo ser feliz, que estás y vas a permanecer en mi vida… y siento que la puerta de la celda se abre sola, y que aunque resulta tentador permanecer en la cálida y conocida estancia, fuera luce el sol y la brisa es fresca, y no estoy sola.
Así que lo digo, casi en un susurro pero con plena consciencia… “no soy tu sumisa, no soy tu sumisa, no soy tu sumisa”.

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