Estoy arrodillada sobre la alfombra, muy cerca de tus
piernas, manteniendo las manos atrás como me ordenaste. Tú tiras con fuerza de
mi cabello obligándome a arquear la espalda y observas mi rostro con severidad.
Me preguntas algo de forma insistente, pero apenas puedo
oírte pues una voz interior que me pregunta a gritos porqué me someto lo llena
todo. Ante mi silencio intensificas la presión y no puedo evitar gemir de dolor
y pedirte que me sueltes… tú alzas la ceja izquierda y me preguntas con un tono
neutro y una media sonrisa si quiero salirme, y yo no soy capaz de responder
que sí.
Entonces me hago consciente de mi cobardía e
inconsistencia, y todo mi cuerpo se entrega al castigo que considero merecido y
que provoco manteniendo mi actitud displicente, y lo que ocurra en adelante
deja de tener importancia.
II.
Cada vez son más frecuentes las confrontaciones y
resistencias, cada vez tolero menos la obediencia y el dolor… mi lucha interna
es constante y suelo acostarme frustrada para amanecer con intención de
servidumbre renovada, pero los propósitos duran poco y tengo la certeza,
reflejada claramente en ti, de que solo empeoro las cosas día a día.
Así que te pido que consideres aplicarme un castigo
físico, aunque todo mi cuerpo y gran parte de mi voluntad se rebela, pero tú
que me conoces y quieres sabes que eso no servirá de nada, y que es otra clase
de dolor lo que necesito… y yo creo ver reflejada en tus ojos la tentación del
abandono. Expreso mi miedo y no encuentro en ti la inquisitiva respuesta
esperada, sino una invitación liberadora: “dí que no eres mi sumisa”…
III.
Y de pronto me descubro abriéndome a la posibilidad de que
las cosas sean de otra manera, y que eso no suponga una pérdida sino una
conquista asentada en la coherencia y la dicha. Pero mi garganta se niega a
pronunciar las palabras, como si de un hechizo que pudiera provocar catástrofes
se tratara, y miro tus ojos serenos mientras tu voz me dice con ternura que
puedo buscar lo que deseo sin renunciar a nada, que puedo liberarme, que puedo
ser feliz, que estás y vas a permanecer en mi vida… y siento que la puerta de
la celda se abre sola, y que aunque resulta tentador permanecer en la cálida y
conocida estancia, fuera luce el sol y la brisa es fresca, y no estoy sola.
Así que lo digo, casi en un susurro pero con plena
consciencia… “no soy tu sumisa, no soy tu sumisa, no soy tu sumisa”.
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