Inauguro con este relato escrito a 4 manos un espacio para las fantasías de Amxs y sumisxs... envíame el tuyo y lo publicaré.
"La sala espaciosa está decorada en rojo terciopelo, como el
canapé en el que estoy sentado, un tanto finales de SXIX, un tanto boudoir
francés. Llevo la camisa de rayas verdes prevista para tu ceremonia, pantalones
y botas de montar, con una americana deportiva. La seda verde de la corbata
matiza el rojo de tus labios, el negro del kimono que te
envuelve y del que solo escapan las piernas vestidas de exquisitas medias, los
estilettos de tus zapatos. Y tu cuello. Es verdad que has conseguido
hacer de tu pelo una palmera sobre tu cabeza, que tus manos llegan hasta mi
bota desde una elegante postura de sumisión a flor de alfombra. Esperas. Tal
vez impaciente o nerviosa. Esperas y estás hermosa. Con esa nuca ofrecida al
escalofrío delicioso.
- Sube hasta mis rodillas. - Te digo.- Y dime dónde estás.
Quiero escuchar tu voz.
- A vuestros pies, mi señor. - Dijiste y tu voz estaba
entera.
- Entonces preséntame a tu sierva.
- Así se hará.- Y te acercaste a una mesa baja desde la que
hiciste sonar la campanilla.
Disfrutaba el tacto y color de la alfombra entonada con el
carmín de tus labios, cuando sonaron
pasos de tacones femeninos acercándose a la estancia. La puerta se abrió y una
muchacha rubia, delgada, vestida de celeste y plata entró en la habitación, con
la cabeza baja, dirigiéndose a una esquina de la sala, donde quedó discreta y
formal. La falda corta ponía de manifiesto unos muslos vertiginosos y
determinantes. La lazada negra del cuello resaltaba los ojos de un mar frío y
la piel de un marfil satinado.
- Clara.- Dijiste sin agresividad.
Y Clara levantó la cabeza y abrió los ojos a tu voz.
- Tu eres mi sierva y Hasso mi señor, como sabes. Hoy ha
dispuesto que le seas presentada. Saluda al amo de tu dueña.
Clara se acercó hasta mí y adoptó la misma posición que
antes tuvieras tú, Judith, los brazos extendidos hasta mis botas y el cuerpo
postergado desde las rodillas. Una bonita nota de color y calor sobre la
alfombra.
- Pon tu cabeza sobre mis rodillas.- Le digo.
Y ella grácilmente desde el apoyo de sus manos trae el resto
del cuerpo hasta mis piernas y deposita la barbilla en el lugar indicado.
- Enséñame tus ojos.
- Y Clara mira en dirección a la luz con la cabeza alta. Mi
mano derecha se marcha a su nuca y
siento seda castaña entre los dedos. Ha salido sol en el mar frío y el azul
domina a juego con el vestido. Delicadamente flexionadas, las piernas conducen
a unos elevados zapatos de salón donde hasta la plata palidece.
- Creo que tienes buen gusto, Judith. Veamos cuánto le has
enseñado.
- Señor, será mejor que Clara se coloque delante del
sillón, en el centro.
- Sea, pues.
- Clara ya me has oído y sabes que te sobra el vestido.-
Dijiste.
Clara se puso en pie desenfundándose el vestido con sendos
gestos de cremallera. Quedó en body como una estrella refulgente de platas y
azules, de pie con el talle quebrado apoyaba las manos en las rodillas y hacía
lucir, respingonas, las nalgas frente a Judith, que blandía una fusta. Y
la observaba. Decidió valorar la turgencia de la carne y se paseó despacio propinando golpes suaves
y precisos, altos y bajos, en ambos
glúteos. De repente la fusta hendió el aire y sonó un latigazo medio. Un calor
súbito, la sorpresa y cierto estremecimiento se unieron en la expresión y el
gemido del rostro de Clara.
Impecables en su ubicación y grado, sonaron más latigazos.
La piel tratada adquiría un tono carmín, que se acrecentaba con la impresión de
formar unos labios dibujados por Judith en aquellas nalgas acogedoras. El diván
de Dalí vino a mi mente con una cohorte de sensaciones labiales. Judith me
dejaba valorar su obra en silencio y Clara seguía con los ojos cerrados. La
expresión de la comisura de su boca transmitía también la espera del siguiente
golpe que no acababa de llegar. Que empezaba a desearse cada vez más
intensamente.
- Átala.- Dije a Judith. Es cierto que había argollas en la
decoración de techo y suelo, que fuiste ducha en tensar aquel cuerpo para que
quedara una bonita cruz de San Andrés plateada.
- Sigue.- Ordené. Y me ubiqué frente a Clara cuya cabeza
atraje hacia mí, mientras recorría su nuca y estalló sonoro otro azote. Quería
tener muy cerca la expresión y los gemidos de Clara.
- Más fuerte.- Insistí. Y con cada golpe las inspiraciones
de Clara sabían a morbo y los suspiros solo a placer.
Miré a Judith que había cesado sus golpes y se había sentado
en el sillón con el rostro a escasos centímetros de las nalgas de Clara. Todos
habíamos sido seducidos por la atmósfera sensual entrando en conexión con los
papeles y la situación de la noche. Todos navegábamos un río de placeres y
notas diversas. Luces y colores, gestos
y aromas, poses y tactos, relaciones, todo tenía por vocación el gozo.
Judith se deshacía literalmente en humedades mientras
recorría con su lengua los encuentros de la fusta en la piel. En su mente se
dibujaba cada vez con más fuerza el deseo de ser empuñada por su señor. Había
encontrado el camino de las caricias que la sensibilidad a flor de piel
de Clara le ofrecía. Y esta, tenía un rictus de mística comunión y desbordante belleza. Tus manos, Judith,
soltaron el cierre inferior del body de Clara. Se internaron entre pliegues
acogedores, perfumes intensos, rojos encendidos, jadeos llameantes.
Yo me abrasaba también en aquella boca entreabierta de Clara
y ordené a Judith que quebrara su cuerpo hacia delante. Las manos quedaron
tensionadas hacia atrás más altas que la horizontal espalda, el cuerpo
vencido sin perder sujeción en los tobillos, la boca a la altura de mi verga.
- Regresa a lo que estabas, Judith.- Y volviste al sillón, a las entradas de tu sierva, a tu deseo de mi ensartándote.
Clara fue la primera en marcharse sin pedir permiso. Algo
que aplicaste a su recto la hizo desbocarse de mi miembro y declinar escaleras
celestiales, cuyas notas percibimos gracias a su rosario de "Señora",
"Señora" dicho con tanta unción como amor por vos. Lo cual me
enterneció. Me acerqué a Judith y sujeté sus manos y cabeza donde estaban al
tiempo que retiraba el sillón. Y elevando sus nalgas paseé mi mano derecha por el
cuadrante de ternuras untuosas. Después abrí aquellos gajos con las manos y me
inserté en su centro. Suavemente. Tu cuerpo me cuenta que deseas esos golpes
secos, sordos, violentos, profundos. Veo que te preparas agarrándote firmemente
a las caderas de Clara y reposas tu rostro sobre su grupa. Salgo de ti lentamente, presionando tu flanco
izquierdo, tan duro que noto la orografía de mi verga contra tus paredes. Casi estoy fuera cuando mi pelvis cambia de
tono y el glande penetra como un martillo golpeando en tu garganta. Después
silencio. Luego siete golpes, igual de intensos y profundos y brutales. Primero te has crispado, luego se te funden
los plomos y las piernas se te doblan. Salgo de ti y te hago apoyar el torso sobre
una pierna de Clara. Después introduzco el miembro en tu boca tan dulce y
acogedora como acostumbra. Clara sigue igualmente húmeda y solícita, quebrada y
expuesta, encendida por dentro y por fuera.
- Guíame a su vulva, Judith.- Te digo.
Una mano tierna se hace cargo de mi cetro y lo conduce a un
forro ceñido y aterciopelado que, de momento, solo mi glande conoce. Dibujas
con él, los grandes labios, el tesoro de los pequeños, el camino de las grutas…
Vuelves a mojar la cabeza en la jugosa vulva y cuando está completamente
lubricada inicias un coqueteo con el esfínter. Tu lengua golosa se ha sumado
para seducir al guardián de la puerta, que obedece a su dueña. Tu mano clava el
puñal en el centro del asterisco que se abre como un diafragma suspirante. Has
retirado la mano que ahora empuja desde mi nalga profundizando el calado de la
herida, cada vez un poco más, un poco más.
Le dices a Clara que se abra las
nalgas totalmente y obedece al instante. Adoro su laca de uñas, la sombra que
se extiende desde el coxis hasta el vello de mi vientre.
- Ahora, Clara.- Dices.
Y siento una mano poderosa empuñando, exprimiendo mi pene.
Intento inútilmente desasirme, soltarme, salir de ese recto constrictor. El
bronco masaje me arrebata el control. Ahora es Judith quien mira mi expresión,
la oleada de placer que me somete. Y una sonrisa de triunfo la posee mientras hago
mi ofrenda en las entrañas de Clara en nombre del poder de su dueña. Cuando las
olas del placer me dejan en la orilla de la consciencia pregunto:
- De los caprichos de mi señor.- Respondiste."