AlosPiesdelAmo

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jueves, 28 de febrero de 2013

Ritos, trampas y caprichos

Inauguro con este relato escrito a 4 manos un espacio para las fantasías de Amxs y sumisxs... envíame el tuyo y lo publicaré.

"La sala espaciosa está decorada en rojo terciopelo, como el canapé en el que estoy sentado, un tanto finales de SXIX, un tanto boudoir francés. Llevo la camisa de rayas verdes prevista para tu ceremonia, pantalones y botas de montar, con una americana deportiva. La seda verde de la corbata matiza el rojo de tus labios, el negro del kimono que te envuelve y del que solo escapan las piernas vestidas de exquisitas medias, los estilettos de tus zapatos. Y tu cuello. Es verdad que has conseguido hacer de tu pelo una palmera sobre tu cabeza, que tus manos llegan hasta mi bota desde una elegante postura de sumisión a flor de alfombra. Esperas. Tal vez impaciente o nerviosa. Esperas y estás hermosa. Con esa nuca ofrecida al escalofrío delicioso.
- Sube hasta mis rodillas. - Te digo.- Y dime dónde estás. Quiero escuchar tu voz.
- A vuestros pies, mi señor. - Dijiste y tu voz estaba entera.
- Entonces preséntame a tu sierva.
- Así se hará.- Y te acercaste a una mesa baja desde la que hiciste sonar la campanilla.
Disfrutaba el tacto y color de la alfombra entonada con el carmín de tus labios, cuando sonaron pasos de tacones femeninos acercándose a la estancia. La puerta se abrió y una muchacha rubia, delgada, vestida de celeste y plata entró en la habitación, con la cabeza baja, dirigiéndose a una esquina de la sala, donde quedó discreta y formal. La falda corta ponía de manifiesto unos muslos vertiginosos y determinantes. La lazada negra del cuello resaltaba los ojos de un mar frío y la piel de un marfil satinado.
- Clara.- Dijiste sin agresividad.
Y Clara levantó la cabeza y abrió los ojos a tu voz.
- Tu eres mi sierva y Hasso mi señor, como sabes. Hoy ha dispuesto que le seas presentada. Saluda al amo de tu dueña.
Clara se acercó hasta mí y adoptó la misma posición que antes tuvieras tú, Judith, los brazos extendidos hasta mis botas y el cuerpo postergado desde las rodillas. Una bonita nota de color y calor sobre la alfombra. 
- Pon tu cabeza sobre mis rodillas.- Le digo.
Y ella grácilmente desde el apoyo de sus manos trae el resto del cuerpo hasta mis piernas y deposita la barbilla en el lugar indicado.
- Enséñame tus ojos.
- Y Clara mira en dirección a la luz con la cabeza alta. Mi mano derecha se marcha  a su nuca y siento seda castaña entre los dedos. Ha salido sol en el mar frío y el azul domina a juego con el vestido. Delicadamente flexionadas, las piernas conducen a unos elevados zapatos de salón donde hasta la plata palidece.
- Creo que tienes buen gusto, Judith. Veamos cuánto le has enseñado.
- Señor, será mejor que Clara se coloque delante del sillón, en el centro. 
- Sea, pues.
- Clara ya me has oído y sabes que te sobra el vestido.- Dijiste.
Clara se puso en pie desenfundándose el vestido con sendos gestos de cremallera. Quedó en body como una estrella refulgente de platas y azules, de pie con el talle quebrado apoyaba las manos en las rodillas y hacía lucir, respingonas, las nalgas frente a Judith, que blandía una fusta.  Y la observaba. Decidió valorar la turgencia de la carne y se paseó despacio propinando golpes suaves y precisos, altos y bajos, en ambos glúteos. De repente la fusta hendió el aire y sonó un latigazo medio. Un calor súbito, la sorpresa y cierto estremecimiento se unieron en la expresión y el gemido  del rostro de Clara.
Impecables en su ubicación y grado, sonaron más latigazos. La piel tratada adquiría un tono carmín, que se acrecentaba con la impresión de formar unos labios dibujados por Judith en aquellas nalgas acogedoras. El diván de Dalí vino a mi mente con una cohorte de sensaciones labiales. Judith me dejaba valorar su obra en silencio y Clara seguía con los ojos cerrados. La expresión de la comisura de su boca transmitía también la espera del siguiente golpe que no acababa de llegar. Que empezaba a desearse cada vez más intensamente. 
- Átala.- Dije a Judith. Es cierto que había argollas en la decoración de techo y suelo, que fuiste ducha en tensar aquel cuerpo para que quedara una bonita cruz de San Andrés plateada.
- Sigue.- Ordené. Y me ubiqué frente a Clara cuya cabeza atraje hacia mí, mientras recorría su nuca y estalló sonoro otro azote. Quería tener muy cerca la expresión y los gemidos de Clara.
- Más fuerte.- Insistí. Y con cada golpe las inspiraciones de Clara sabían a morbo y los suspiros solo a placer. 
Miré a Judith que había cesado sus golpes y se había sentado en el sillón con el rostro a escasos centímetros de las nalgas de Clara. Todos habíamos sido seducidos por la atmósfera sensual entrando en conexión con los papeles y la situación de la noche. Todos navegábamos un río de placeres y notas diversas.  Luces y colores, gestos y aromas, poses y tactos, relaciones, todo tenía por vocación el gozo.
Judith se deshacía literalmente en humedades mientras recorría con su lengua los encuentros de la fusta en la piel. En su mente se dibujaba cada vez con más fuerza el deseo de ser empuñada por su señor. Había encontrado el camino de las caricias que la sensibilidad a flor de piel de Clara le ofrecía. Y esta, tenía un rictus de mística comunión y  desbordante belleza. Tus manos, Judith, soltaron el cierre inferior del body de Clara. Se internaron entre pliegues acogedores, perfumes intensos, rojos encendidos, jadeos llameantes.
Yo me abrasaba también en aquella boca entreabierta de Clara y ordené a Judith que quebrara su cuerpo hacia delante. Las manos quedaron tensionadas hacia atrás más altas que la horizontal espalda, el cuerpo vencido sin perder sujeción en los tobillos, la boca a la altura de mi verga.
- Regresa a lo que estabas, Judith.- Y volviste al sillón, a las entradas de tu sierva, a tu deseo de mi ensartándote.
Clara fue la primera en marcharse sin pedir permiso. Algo que aplicaste a su recto la hizo desbocarse de mi miembro y declinar escaleras celestiales, cuyas notas percibimos gracias a su rosario de "Señora", "Señora" dicho con tanta unción como amor por vos. Lo cual me enterneció. Me acerqué a Judith y sujeté sus manos y cabeza donde estaban al tiempo que retiraba el sillón. Y elevando sus nalgas paseé mi mano derecha por el cuadrante de ternuras untuosas. Después abrí aquellos gajos con las manos y me inserté en su centro. Suavemente. Tu cuerpo me cuenta que deseas esos golpes secos, sordos, violentos, profundos. Veo que te preparas agarrándote firmemente a las caderas de Clara y reposas tu rostro sobre su grupa.  Salgo de ti lentamente, presionando tu flanco izquierdo, tan duro que noto la orografía de mi verga contra tus paredes.  Casi estoy fuera cuando mi pelvis cambia de tono y el glande penetra como un martillo golpeando en tu garganta. Después silencio. Luego siete golpes, igual de intensos y profundos y brutales.  Primero te has crispado, luego se te funden los plomos y las piernas se te doblan. Salgo de ti y te hago apoyar el torso sobre una pierna de Clara. Después introduzco el miembro en tu boca tan dulce y acogedora como acostumbra. Clara sigue igualmente húmeda y solícita, quebrada y expuesta, encendida por dentro y por fuera.
- Guíame a su vulva, Judith.- Te digo.
Una mano tierna se hace cargo de mi cetro y lo conduce a un forro ceñido y aterciopelado que, de momento, solo mi glande conoce. Dibujas con él, los grandes labios, el tesoro de los pequeños, el camino de las grutas… Vuelves a mojar la cabeza en la jugosa vulva y cuando está completamente lubricada inicias un coqueteo con el esfínter. Tu lengua golosa se ha sumado para seducir al guardián de la puerta, que obedece a su dueña. Tu mano clava el puñal en el centro del asterisco que se abre como un diafragma suspirante. Has retirado la mano que ahora empuja desde mi nalga profundizando el calado de la herida, cada vez un poco más, un poco más.  Le  dices a Clara que se abra las nalgas totalmente y obedece al instante. Adoro su laca de uñas, la sombra que se extiende desde el coxis hasta el vello de mi vientre.
- Ahora, Clara.- Dices.
Y siento una mano poderosa empuñando, exprimiendo mi pene. Intento inútilmente desasirme, soltarme, salir de ese recto constrictor. El bronco masaje me arrebata el control. Ahora es Judith quien mira mi expresión, la oleada de placer que me somete. Y una sonrisa de triunfo la posee mientras hago mi ofrenda en las entrañas de Clara en nombre del poder de su dueña. Cuando las olas del placer me dejan en la orilla de la consciencia pregunto:
- ¿De dónde has sacado esta trampa, Judith?
- De los caprichos de mi señor.- Respondiste."

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